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lunes, 7 de octubre de 2013

Un misionero amigo del Papa pide tu ayuda

El jesuita asturiano Luis González-Quevedo es misionero en Argentina desde 1970. Allí se hizo amigo de otro jesuita, Jorge Mario Bergoglio. El pasado 6 de septiembre, Luis recibió una llamada de su amigo, nuestro Papa, que relata en este testimonio escrito para el DOMUND. El asturiano ha creído que esta anécdota ayudaría a la sociedad a ser generosa con el Papa y con los misioneros españoles.

“Les voy a contar esta anécdota que me ha sucedido tal ves les guste a nuestros bienhechores y les anime a ser generosos, en el día del Domund. El nuevo Papa y todos los misioneros españoles, que trabajamos en otros países, necesitamos del apoyo espiritual, material y afectivo de todos ustedes.
Hace más de 50 años, yo era un estudiante universitario en Madrid. Estaba terminando el curso de Derecho en la Universidad Complutense; pensaba hacer unas oposiciones y anclar mi vida en las aguas presupuestales del Estado español. Pero aquel objetivo pequeño-burgués no me satisfacía plenamente.
El papa de aquel entonces era el buen papa Juan XXIII, que convidó a la Iglesia española a volver sus ojos hacia Hispanoamérica, porque la América Latina necesitaba de sacerdotes.
Después de 7 años de formación en España, en el año 1968, famoso por la revolución estudiantil, la Compañía de Jesús “me exportó” al Brasil, donde comencé a estudiar teología. En 1970, tuve la oportunidad de conocer Buenos Aires.
Buenos Aires me pareció muy semejante a Madrid, pero mucho más grande. A todos los españoles nos llaman “gallegos”, porque en Buenos Aires viven más gallegos que en Coruña. San Miguel, donde yo me hospedé, queda en la Gran Buenos Aires.
Una noche conocí a un joven jesuita que se había ordenado sacerdote el año anterior. Platicamos un buen rato, identificándonos bastante. Él me dijo que tenía que ir a España, para hacer la Tercera Probación (el final de la formación de un jesuita). Yo le di la dirección de mi familia en Madrid. A partir de ese día, nos hicimos amigos y mantuvimos contacto por carta. Su nombre era Jorge Mario Bergoglio.
La última vez que le vi fue en 1992, el año en que le hicieron obispo auxiliar de Buenos Aires. Después, al fallecer el cardenal Quarracino, Bergoglio fue nombrado arzobispo de Buenos Aires.
Este año, con la renuncia de Benedicto XVI, fue convocado para el Cónclave. Viajó en la clase turista, con el equipaje indispensable, las cosas de aseo, las medicinas de uso diario, etc. Tenía prisa para regresar a Buenos Aires e iniciar el proceso de nombramiento de su sucesor como arzobispo de la capital porteña. El resto ya lo sabéis. Mi amigo Jorge Mario Bergoglio fue elegido papa y escogió el nombre de Francisco.
Lo que no sabéis es que, el día 6 de septiembre, el papa me llamó por teléfono. Yo le había escrito el 11 de junio y le había dado mi teléfono móvil. Ya estaba perdiendo la esperanza de que me llamara, cuando sonó mi teléfono. Soy Bergoglio, me dijo con su acento argentino, inconfundible. “Nuestro papa?”, pregunté sorprendido. Si, ayer recibí tu carta. Me preguntó cómo le había enviado la carta, para que tardase tanto en llegar.
El papa Francisco no quiere sentirse aislado, “enjaulado” en el Vaticano; quiere mantener contacto con la gente, no se preocupa con su seguridad personal. Aunque está atrayendo multitudes (tres millones y medio en la misa final de la Jornada Mundial de la Juventud), él no es hombre de masas, prefiere el contacto personal. El papa habló conmigo sin prisa, con la misma sencillez y cordialidad de aquella noche, 43 años atrás. Yo le dije: “Cuídate”. Yo tengo que gastar los últimos cartuchos, me respondió.
Le conté que escribí un libro sobre él: “O Novo Rosto da Igreja: Papa Francisco”, que será traducido al español por Ediciones Dabar, de México. Él le quitó importancia a lo mucho que se está escribiendo sobre él. Si, aquí también están diciendo muchas macanas..
Bueno, el papa encerró nuestra conversación con un pedido que él repite mucho: Reza por mí. Y yo lo estoy haciendo, porque sé que él lo necesita y lo necesita toda la Iglesia.
Por favor contad a todos los que quieran oír que los misioneros españoles necesitamos todo apoyo espiritual, material y afectivo que puedan darnos".

Vuestro amigo:
Luis González-Quevedo

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